Leyendas del Jaaukanigás: mito del crespín

Su canto, como quejido o llanto, es común escucharlo en las siestas de las provincias del norte, sobre todo a fines de octubre, coincidiendo con la solemnidad de Todos los Muertos del santoral católico.

Características

El Crespín (tapera naevia), pertenece a la familia de los cucúlidos y es el único miembro del género tapera.  Su nombre científico fue inspirado por la denominación que le dieran los indios tupí-guaraní, “matim tapirera”; para este pueblo el canto del crespín representaban a las voces de los muertos.  Se lo encuentra desde el sur de México hasta el centro de Argentina.  Es una de las pocas especies parásitas - que no hacen nido-, sino que aprovechan los nidos de otras aves colocando allí sus huevos, para que otros “padres” adopten y críen a sus polluelos.

Se trata de un ave que no supera los 28 centímetros y los 40 gramos de peso. Su plumaje es marrón claro, con tonos café, beige, gris y marròn oscuro.  Posee una cola larga y graduada , que suele levantar repetidas veces mientras canta, al igual que las plumas de su cabeza.

La dieta del Crespín es variada, se alimenta de insectos grandes, como langostas, gusanos, grillos, mariposas, cucarachas, escarabajos, etc.

Su vuelo es lento y suele andar en los límites entre los pastizales y las zonas de árboles, que luego utiliza para protegerse en caso de divisar una amenaza. Es un ave desconfiada, inquieta y errante, por lo que es muy difícil de ver, pero fácil de detectarla por su canto.

Tiene tres tipos de vocalizaciones, de las que la más conocida es la onomatopeya de su nombre vulgar: cres-pín, cres-pín, que repite como un lamento tanto de noche como de día. Se los empieza a escuchar a fines de octubre hasta finales de febrero. Se trata de un ave migratoria, que busca el verano para poder tener alimento más abundante. Luego de que sus crías nacen, emigran.

La leyenda

La historia de su origen y de su triste su canto, es muy conocida en el norte argentino.   Había una vez un matrimonio. Él se llamaba Crespín y era un hombre muy responsable que se dedicaba a la siembra y al cultivo. Su esposa, en cambio, tenía cierto gusto por las fiestas y el baile.

Un día el hombre tuvo fiebre, pero de igual manera trabajó porque estaba en temporada de cosecha. Al pasar los días su salud iba desmejorando. Una tarde, cuando llegó a su casa, le pidió a su esposa que fuera al pueblo a comprarle medicamentos.

La mujer fue, caminó varias horas hasta llegar al lugar, y compró el remedio. Pero, cuando regresaba, se encontró con que estaban preparando una gran fiesta en el pueblo. Esa fue su perdición:  se quedó a bailar olvidándose de todo.

A los tres días un vecino fue a buscarla y le dijo que su marido estaba agonizando, a lo que respondió que ya habría tiempo para las tristezas. Cuando el festejo concluyó, tomó los medicamentos y regresó a su casa.  Su esposo ya había muerto y fue enterrado por los vecinos. Ella no supo y comenzó a llamarlo -“Crespín, Crespín”, gritaba adentro de la casa. Al no tener respuesta salió al campo y siguió llamándolo mientras caminaba por el maizal -“Crespín, Crespín”.

Agotada y sin saber dónde podía estar su marido, le pidió a Dios que le de alas para poder elevarse y tener un mejor panorama para buscarlo.  Así fue convertida en ave y desde entonces llama a su esposo de día y de noche, con una voz triste, casi un lamento, esperando encontrarlo.