Leyendas del Jaaukanigás: mito del aguaribay

El molle del Perú, aguaribay para los guaraníes, es muy valorado por su sombra y buen aspecto.  El nombre en guaraní viene de Aguará (zorro) e yva (fruta), y molle viene del quechua molli.

Características

 

Desarrolla una gran copa, alcanzando hasta 20 metros de altura.  Es nativo de Sudamérica, crece en el centro y norte de Argentina y países limítrofes:  Brasil, Chile, Paraguay, Uruguay, Perú, Boliva.   Es una especie rústica, que se adapta a distintos tipos de suelo, por lo que la encontramos en todo tipo de paisajes.

Su follaje es bien verde, perenne y denso, de aspecto similar al sauce llorón.  Presenta un tronco grueso, con la corteza que se desprende en placas.  Sus ramas son flexibles, por lo que necesita un soporte cuando el árbol es muy joven ya que el viento lo inclina.

Las pequeñas flores son amarillentas, agrupadas en racimos.  Florece en primavera y los frutos maduran en verano.  Cuando éstos maduran son pequeños también, de color castaño a rojizo, lo que destaca y contrasta en el follaje.  La semilla tiene u suave olor picante, lo que le dio el nombre de falso pimentero o pimienta rosada. 

 

Usos

 

Los incas lo consideraron sagrado y lo llamaron el árbol de la vida, debido a los múltiples usos que brindaba. Fue plantado a la vera de las rutas de comunicación con el Imperio Incaico, para dar protección a los chasquis. 

Dicen los antiguos que al dormir debajo de un aguaribay se tiene un sueño sereno, ya que  aleja los insectos.  Pero también es sabido que el árbol “flecha” a los que no lo saludan, o no son personas agradables con la naturaleza.

Con su semilla, machacada en alcohol y agua, se puede preparar repelente casero.   Su leña es buen combustible y las flores atraen a las abejas.  Los incas preparaban bálsamos con la cocción de las hojas, muy bueno para curar heridas.

 

Leyenda del Aguaribay (poema de Silvina Ocampo)

 

El aguaribay caminaba:

Irineo nos mostró

el tutor que había puesto

el día en que lo plantó

a un metro y medio del remanso;

midió con una ramita

lo que había avanzado.

¿Sería cierto?

"Quería beber agua" explicó Irineo,

"por eso se acercó al río".

El aguaribay caminaba de noche.

En los días de viento se oían sus pasos.

¿Se quejaba?

Alguien pegó la oreja al tronco y exclamó:

"Se queja, por eso,

algunos lo llaman sauce llorón".

A la hora de la comida

la familia hablaba mucho

para no oír los pasos del árbol

y el quejido.

Los pasos daban miedo.

Pasaron los años

y el árbol llegó al borde del remanso,

pero no le pareció

que estaba bastante cerca;

se inclinó para beber agua.

Irineo dijo que sorbía como caballo a veces,

otras como perro.

Una noche de tormenta

en que el rancho crujía

y volaba la paja del techo

se oyeron con claridad los pasos del árbol.

Era pleno verano y Daniel

el hijo menor de Irineo

había salido con sus amigos

a pescar mojarritas en el río.

Era tarde. No volvía.

El viento comenzó a soplar.

Irineo salió en busca de su hijo.

Al salir advirtió que el aguaribay

castigado por el viento

se había desprendido de la tierra.

Al ver el árbol caído en el agua

Irineo se inclinó

para mirar la cabellera de hojas verdes:

entre dos de las ramas

que formaban una horqueta

vio a su hijo sano y salvo.

El aguaribay había salvado a su hijo.

Pero siguieron llorando para siempre

todos los sauces de su estirpe

en memoria de aquel

que caminó como una persona

para cumplir con su destino.